La pandemia del COVID-19 ha sido difícil para todos en diversos sentidos. El personal sanitario requiere información actualizada y basada en la evidencia para diagnosticar y tratar a los pacientes con COVID-19; así como el público necesita estar informado para poder vivir, trabajar y jugar con la mayor seguridad posible.
Probablemente hemos aprendido más sobre el virus del SARS-CoV-2 durante los últimos dos años que sobre cualquier otro patógeno o trastorno médico en cualquier otro periodo de dos años de la historia. Según el recurso LitCOVID de la Biblioteca Nacional de Medicina (NLM), se han publicado más de 225.000 artículos relacionados con el COVID-19 (es decir, más de 300 al día) desde el inicio de la pandemia. Además de éstos, hay estudios previos (aún no revisados por expertos), comunicados de prensa farmacéuticos y documentos de carácter normativo sobre el COVID-19, que contribuyen a la elaboración de recomendaciones para la práctica clínica y la salud pública.
Filtrar la gran cantidad de información y transformarla en un mensaje claro, tanto a nivel clínico como público, es una tarea casi imposible, sobre todo en un entorno tan cambiante. Con la aparición de nuevas variantes del virus, el descubrimiento que provocó una acción en un momento dado de la pandemia puede no ser relevante más adelante. Esto no significa que las conclusiones extraídas en un momento determinado no sean válidas, sino que los datos y las situaciones cambiantes requieren forzosamente directrices nuevas y/o actualizadas.
Por ejemplo, las recomendaciones para el uso de mascarillas, que son aplicables tanto en el ámbito sanitario como en el público, han evolucionado (incluso han cambiado) en el transcurso de la pandemia en función de la nueva información e investigación. A continuación se presentan cinco puntos de inflexión claves en las recomendaciones sobre el uso de mascarillas a lo largo de los dos últimos años de esta pandemia en los Estados Unidos.
Inicio de la pandemia: Sin mascarillas
Cuando el COVID-19 se encontraba principalmente en Wuhan, China, a finales de 2019 y principios de 2020, no tenía sentido recomendar mascarillas para el público en general ni en entornos hospitalarios donde las mascarillas aún no se recomendaban. En pocas palabras, no había suficiente presencia del virus en la mayoría de los lugares del mundo en ese momento para que el uso de mascarillas a nivel mundial hubiera marcado una diferencia.
Además, existía la preocupación de que se produjera una escasez de mascarillas N95 o equivalentes para el personal sanitario si todo el mundo salía a comprarlas. Así que las mascarillas no solo no se recomendaban, sino que el mensaje público era que se desaconsejaban (ya que se decía al público que no comprara mascarillas). En retrospectiva, este mensaje llevó a la confusión sobre la utilidad de las mascarillas en las etapas posteriores de la pandemia.
La primera ola global: Utilizar la mascarilla
Una vez que quedó claro que el SRAS-CoV-2 se estaba extendiendo por todo el mundo a principios o mediados de 2020, fue importante recomendar el uso de mascarillas a nivel mundial. Dado que muchos virus respiratorios y otros coronavirus se transmiten principalmente a través de microgotas respirables y del contacto con superficies contaminadas (fómites), se asumió razonablemente que el SRAS-CoV-2 se transmitía de la misma manera. Aunque se trataba de una suposición fundamentada, contribuyó a la controversia sobre la utilidad de las mascarillas.
Por ejemplo, al centrarse en los fómites, las recomendaciones de control de la infección para el público se enfocaron principalmente en el distanciamiento físico, el lavado de manos y la desinfección de las superficies. Aunque estas son buenas prácticas higiénicas, no son necesariamente las medidas de protección más importantes para los patógenos que se propagan por el aire, sobre todo porque las partículas de aerosol no caen a las superficies tan rápidamente como las gotas, y pueden permanecer en el aire más allá de dos metros.
Cuando los eventos de propagación y los estudios epidemiológicos de rastreo de contactos revelaron un patrón atípico de transmisión por microgotas y fómites, los mensajes de salud pública tardaron en cambiar. Con el tiempo, la comprensión de que la transmisión por aerosol era un modo de propagación del SRAS-CoV-2 obligó a cambiar las recomendaciones que incluían el uso de mascarillas en el interior, como medio de control de la fuente, además de otras medidas de protección, como el aumento de la ventilación en el interior y la promoción de actividades al aire libre como alternativas a las reuniones en el interior. Finalmente, se recomendó el uso de mascarillas de tela, quirúrgicas o N95 en todos los entornos públicos (interiores y exteriores).
Esto no significa que las conclusiones extraídas en un momento determinado no sean válidas, sino que los datos y las situaciones cambiantes requieren forzosamente directrices nuevas y/o actualizadas.
Esto no significa que las conclusiones extraídas en un momento determinado no sean válidas, sino que los datos y las situaciones cambiantes requieren forzosamente directrices nuevas y/o actualizadas.
Las vacunas funcionan: Desaparecen las mascarillas (para algunas personas, en algunos entornos)
La primavera y el verano de 2021 fueron una época de gran esperanza, ya que las tasas de vacunación aumentaron y el número de casos de COVID-19 se redujo. Dos recomendaciones relacionadas con la mascarilla cambiaron durante este tiempo: En primer lugar, ahora estaba claro que el uso de mascarillas no era necesario en entornos exteriores, a menos que estuvieran abarrotados. En segundo lugar, el enmascaramiento ya no era necesario en interiores: a) en áreas de transmisión comunitaria baja-moderada y b) si las personas estaban totalmente vacunadas. La lógica era que la probabilidad de infección en individuos vacunados era drásticamente menor, por lo que era poco probable que la mascarilla fuese beneficiosa para la comunidad en general.
Al centrarse en los perfiles de transmisión comunitaria durante esta fase de la pandemia, los Centros para el control y prevención de enfermedades (CDC) empezaron a hacer un seguimiento de la transmisión a nivel local en todos los estados de Estados Unidos.
Oleadas de Delta y Omicron: Mascarillas puestas (y mejoradas)
Puede que la oleada Delta no se iniciara con el brote del 4 de julio en Provincetown, pero sin duda marcó otro importante cambio en las recomendaciones de uso de mascarillas. La variante Delta era un 50% más contagiosa y causaba más infecciones en personas vacunadas que las variantes anteriores, por lo que las mascarillas volvieron a ser cruciales para la seguridad de la población.
Cuando Omicron se extendió por el mundo a un ritmo récord, se estimó que era un 66% más contagioso que Delta. A principios de 2022, Omicron representaba más del 90% de las infecciones a nivel mundial. De hecho, Omicron ha contribuido a la mayor oleada de COVID-19 hasta el momento, alcanzando un máximo de 21 millones de casos en todo el mundo la semana del 17 al 23 de enero de 2022.
Con el aumento del contagio debido a Delta y Omicron, el mensaje en materia de salud pública fue no solo volver a ponerse las mascarillas para frenar la propagación de estas variantes, sino actualizarlas a mascarillas bien ajustadas, con pruebas que demuestran que las mascarillas N95 o equivalentes son las mejores.
En la actualidad: Fuera mascarillas (en ciertas zonas)
Con el número de casos en descenso, las recomendaciones de uso de mascarillas vuelven a variar en función de la transmisión local. Sin embargo, esta vez los CDC están incluyendo las tasas de hospitalización y los índices de ocupación de camas de hospitales, además de los casos de COVID-19, a la hora de evaluar el riesgo de la comunidad. Las mascarillas pueden omitirse en público en las zonas con niveles comunitarios de COVID-19 bajos y medios. En particular, debido a que la vacunación no es tan efectiva contra la infección por Omicron como las variantes anteriores, esta recomendación se aplica a todas las personas, independientemente de su estado de vacunación.
En las zonas con niveles comunitarios bajos-medios, se sigue recomendando el uso de mascarillas bien ajustadas para proteger a las personas con determinadas afecciones médicas o que toman medicamentos que debilitan su sistema inmunitario. Además, las mascarillas siguen siendo obligatorias en los aviones, trenes, autobuses y otros medios de transporte público, incluso en centros como aeropuertos y estaciones.
Aunque esto parece el comienzo de otra etapa optimista, la situación podría volver a cambiar. A pesar de la frustración, hemos aprendido mucho a lo largo de los dos últimos años de esta pandemia y los datos seguirán ayudándonos a avanzar, aunque a veces parezca que damos un paso atrás.